«En algún momento de la que habría de ser su última reunión, o por lo menos la última a la que asistieron todos, los miembros del así llamado Oblivion’s Club decidieron dar al mundo una última oportunidad de espabilar y beneficiarse de su talento. Arcaedian, Pathos, Etterbeck, Sabbath, Peace, Thomas y, si se quiere, Saravannah: tales eran los nombres por los que se reclamaban unos a otros, si no con el debido respeto, sí al menos con algo de afecto. Los orígenes del Club y su razón de ser, el modo en que aquellos hombres se conocieron y la misión de la que se consideraban abnegados apóstoles, son cuestiones sobre las que el tiempo ha vertido sucesivas capas de desmemoria y confusión, y toda posibilidad de desvelarlas pasa por acudir a sospechosas leyendas y, más allá, a la pura imaginación. De formación anárquica, ideario polivalente y psique inestable, podría parecer que los concitados se proponían redimir al mundo de un exceso de saberes, de su racionalista soberbia y sus inabarcables bibliotecas. Pero admitamos que quizá esto no sea sino un modo de embellecer y disimular carencias y obsesiones, fracasos e inseguridades mucho menos nobles e interesantes.»