«Antes de adoptar el fabuloso nombre de Dáimôn H. Eliot, el joven universitario Manuel Sanjuán tenía un rostro anguloso y sensual, melenita de conquistador y ademanes que denotaban un carácter impulsivo y arrogante. Tenía, asimismo, una inteligencia sutil y apenas usada, una prometedora carrera política por delante y todas las oportunidades económicas y sexuales que se le pueden antojar a un hombre. De todo el lote, nada quedó tras el accidente más que el dinero, que le llovía del cielo, y la inteligencia, que entró por fin en uso.»