«Su mirada era la del animal salvaje que ha sido duramente sometido, domesticado, era el bello tigre de piel brillante, el hermoso cazador implacable, subido a la peana. La bestia que se contiene, que pasa por el aro cuando se lo mandan. Y a quién culpar si ella, tan pequeña y blanca y vulnerable, tenía ese poder fantástico; si con una mirada, con un gesto apenas, podía ordenarle que se detuviera, o que se acercara, que se postrase a sus pies o se tirase por un barranco.»