«La luz atravesaba sus párpados y ya se oían ruidos de actividad en la casa. Aún no del todo consciente, creyó sentir bajo su cuerpo el jergón de lana del pueblo, e imaginó el sol ardiendo en un costado de la peña, e incluso le pareció oír el piar ansioso de los pardales, puntual siempre en la hora variable de su despertar en Las Majadas. Y como cada mañana de verano se encogió de nuevo, lleno de placer y de sueño, creyendo no sólo que no iba a tener que levantarse para desayunar de prisa e ir al colegio, sino también que no tendría por delante otro día más de largo aburrimiento en la ciudad. Así, más deseoso que convencido de estar ya en el pueblo, trató de reconocer los movimientos de la abuela, sus zapatillas arrastradas, el entrechocar de cazuelas donde pronto empezarían a hervir caldos y potajes… »