«Si cerraba los ojos, le parecía que daba vueltas, subía y bajaba, un carrusel que comenzó a girar muy deprisa cuando sintió una humedad ardiente en su cuello, y el filo de los dientes, el calor de la lengua de Diana. Entonces hundió los dedos bajo la tela, los clavó movido por algo casi idéntico a la desesperación, con el asombro de quien da el primer paso en una tierra de fábula. Una tierra nunca vista, nunca hollada.»