«Mentiras crueles o piadosas; infantil tacañería y egoísmo frío y calculado; sólida, apretada avaricia; viejos rencores, súbita o caprichosa ira; gula por todo lo comestible; milenaria pereza y estúpida, siempre estúpida soberbia… De sobra conocía, en verdad, todos los pecados que cada tarde escuchaba, pero esto no provocaba su hastío como no provoca hastío al campesino la monotonía de las espigas en el trigal. También había conocido numerosas infidelidades y con ellas una amplia gama de pecados de la carne: curiosos, repugnantes, incomprensibles o simplemente ridículos. Había asistido al relato vivo de peleas, botellazos, navajazos, alguno incluso con resultado de muerte, y todo lo sobrellevaba el padre Cano, resignado y hasta feliz, como el hortelano que carga al hombro el pesado fruto de su trabajo.»