«Al primero lo vio sobre la mesa de la cocina, bastante cerca y aproximándose, con el aire errático y curioso del turista que se dispone a conocer las maravillas del lugar al que acaba de llegar. Inspiraba casi ternura, casi empatía. Era enero, la primera hora de una mañana de domingo fría y radiante, promesa de una plácida jornada de holgazanería. Lucía un sol que parecía recién desprecintado, el nuevo siglo echaba a andar como un niño incauto y confiado, y los hombres se entregaban a los buenos deseos y a la ilusión de inocencia con que se cierra un ciclo y se inicia otro.»