«Pero qué decir entonces, para llorar la piel de seda que se fue, o el golpe seco que nos arrebató al amigo, el mar embrutecido que fuiste y al que ya no volverás, el tacto dulce y quedo del primer beso, o ese libro que no habrás escrito cuando te toque morir, cuánto debo llorar ahora que sé que la vida me ha jugado una mala pasada y se ríe, muchacho, no puedo soportar la risa terrible de la vida cuando te vas. O si te dijera que cada mañana el corazón me da brincos cuando oigo el murmullo del ascensor que te trae, que los domingos están vacíos porque no vienes, y que haces que algunas cosas, escribir por ejemplo, vuelvan a tener sentido.»