«Si tuviera que salvar a uno, elegiría a Vincent, un chico inteligente y tímido que me ayudó con las integrales y que una tarde, en mitad de un paseo por los alrededores del lago Theron, me tocó los pechos como si le urgiera, como si llevara mucho tiempo necesitando hacerlo. No dije nada, no le rechacé, pero enseguida se detuvo, me pidió disculpas y se le encharcaron los ojos. Era lo que se dice un chico sensible, Vincent. Lo hicimos detrás de unos arbustos, sobre su chaqueta; fue cariñoso, duró poco y luego saqué los cigarrillos y fumamos, y él volvió a llorar sin hacer ruido. Era su primera vez, me dice en una de sus cartas.»
Premio UNED de Narración Breve, 2009
Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2010
«Atraviesa Trafalgar Square entre estudiantes con carpetas y mochilas, turistas que despliegan sus mapas y empleados de oficina con traje oscuro como el suyo. Se dirige a las librerías de Charing Cross Road como ha hecho tantas veces, cuando una figura luminosa llama su atención desde un edificio próximo. Es una mujer, asomada a una ventana abierta, en una habitación llena de luz. Viste un holgado camisón abierto por el pecho y tiene la melena revuelta, como si acabara de salir de la cama. Le recuerda a Monica Vitti. No deja de caminar, pero afloja el paso para contemplarla mejor. Entonces la desconocida le mira, sonríe y le hace una seña con una mano, una seña que significa: Sube […]» (del cuento «Condición de poeta»)
con ilustraciones de Silvia Álvarez López-Dóriga
Asociación Cultural La Armonía de las Letras, 2009, Colección Los libros de Camparredonda
«Les grandes baigneuses», de Auguste Renoir (fragmento)
«La luz atravesaba sus párpados y ya se oían ruidos de actividad en la casa. Aún no del todo consciente, creyó sentir bajo su cuerpo el jergón de lana del pueblo, e imaginó el sol ardiendo en un costado de la peña, e incluso le pareció oír el piar ansioso de los pardales, puntual siempre en la hora variable de su despertar en Las Majadas. Y como cada mañana de verano se encogió de nuevo, lleno de placer y de sueño, creyendo no sólo que no iba a tener que levantarse para desayunar de prisa e ir al colegio, sino también que no tendría por delante otro día más de largo aburrimiento en la ciudad. Así, más deseoso que convencido de estar ya en el pueblo, trató de reconocer los movimientos de la abuela, sus zapatillas arrastradas, el entrechocar de cazuelas donde pronto empezarían a hervir caldos y potajes… »
Premio de Novela Corta Tierras de León
Diputación de León, 2004, Colección La flor del viento
Ilustración de Fco. Javier Puente Torices
«No volvió a mirarme cuando se alzó, después de haberse dejado aplastar, imponer, de arrasar el deseo con que la busqué y hacer que el suyo estallara contra mi pecho. Aun así, pude ver en sus ojos el frío, cierta oscuridad… sólida. La tristeza, puede ser, de quien abandona no vencido, sino hastiado. O tal vez fuera sólo mi tristeza, la que tomó mi cuerpo cuando ella lo desocupó. No lo sé, pero mientras se abotonaba la blusa, mientras reajustaba su falda, parecía estar deshaciendo el trayecto de un callejón sin salida. El mismo de siempre, sí, pero con la rabia aumentada, la decepción más amarga, más confusa. Con una furia que avanzaba helándole el rostro. Recuerdo que yo la miraba todavía quieto —pura ceniza— y ahora imagino el dolor de los cascotes en su espalda, moratones quizá, rasguños en los codos. Sus codos de adolescente siempre sucios. Y siempre heridos.» (del cuento «La escombrera»)
con ilustraciones de Fco. Javier Puente Torices
Ediciones Leteo, 2002, Colección Relojero de Banaguás
«Mentiras crueles o piadosas; infantil tacañería y egoísmo frío y calculado; sólida, apretada avaricia; viejos rencores, súbita o caprichosa ira; gula por todo lo comestible; milenaria pereza y estúpida, siempre estúpida soberbia… De sobra conocía, en verdad, todos los pecados que cada tarde escuchaba, pero esto no provocaba su hastío como no provoca hastío al campesino la monotonía de las espigas en el trigal. También había conocido numerosas infidelidades y con ellas una amplia gama de pecados de la carne: curiosos, repugnantes, incomprensibles o simplemente ridículos. Había asistido al relato vivo de peleas, botellazos, navajazos, alguno incluso con resultado de muerte, y todo lo sobrellevaba el padre Cano, resignado y hasta feliz, como el hortelano que carga al hombro el pesado fruto de su trabajo.»
Premio de Relatos Breves Ciudad de Peñíscola · 2002
Patronato Municipal de Turismo de Peñíscola, 2002
Alberto R. Torices
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